jueves, 28 de junio de 2012


Es innegable el carácter estratégico del docente en la prestación del servicio educativo. Por ello su calidad profesional, desempeño laboral, responsabilidad con los resultados, bagaje cultural etc., son algunas cuestiones claves para lograr que la educación responda a las demandas de la sociedad actual culturalmente diversa, desde su creación, constitución, recreación y afirmación de lo propio y, para encaminar los procesos educativos hacia el logros de los objetivos planteados.

En ese sentido, también la apropiación de la cultura es considerada un proceso educativo porque se aprende y  se enseña; y viceversa, los procesos educativos son medios para enseñar y recrear toda cultura. El trabajo pedagógico del docente es uno de los aspectos que pone un sello particular a la educación, ya que asume de forma única la enseñanza, lo que deja ver que en el espacio social escolar sus antecedentes internos quedan manifiestos en su manera singular de actuar con los alumnos. Tales antecedentes conforman la cultura de los docentes, que Pérez (1998) define como:

"... el conjunto de creencias, valores, hábitos y normas dominantes que  determinan lo que dicho grupo social considera valioso en su  contexto profesional, así como los modos políticamente correctos de pensar, sentir, actuar y relacionarse entre sí"[1].  

De esta forma, el hacer docente se desarrolla siempre en contextos específicos que suponen un proceso permanente de adecuación y modificación de su accionar en función de las situaciones particulares de enseñanza –aprendizaje. 

La cultura docente se específica en los métodos didácticos que se utilizan en la clase, la calidad, el sentido y la orientación de las relaciones interpersonales, la definición de roles y funciones que se desempeñan al interior del aula, los modos de gestión, las estructuras de participación y los procesos de toma de decisiones.

Por otro lado, desde que el hombre vive en comunidad se ha visto en la necesidad de adquirir e intercambiar productos, para asegurar una mejor subsistencia. La historia ha demostrado que a partir de esta dinámica nace la cultura, lo que permite el desarrollo de los pueblos, cada uno con su propia identidad e idiosincrasia. 

De esta manera, se origina el consumo, como se ha designado desde tiempos inmemoriales a la actividad del ser humano consistente en hacer suyo (adquirir, tener y usar hasta su destrucción, ya sea física o intelectual) distintos bienes, materiales e inmateriales.

Según Néstor García Canclini (1998:33) el consumo es “el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos”[2]. Esta definición trata de incluir en el ámbito peculiar del consumo, no solo los bienes con mayor autonomía; es decir, las artes que circulan en los museos, las salas de conciertos y teatros; sino también abarcan aquellos muy codiciados por sus implicaciones mercantiles o por la dependencia de un sistema político y religioso, entre otras artesanías y danzas.

Pierre Bourdieu (1990) coincide con García Canclini y señala que el consumo conlleva símbolos, signos, ideas y valores, todos ellos son el producto de los condicionamientos de clase y de los habitus, o sea de las estructuras mentales a través de las cuales se aprehenden el mundo social y orientan las prácticas. Los diferentes objetos de consumo funcionan como signos distintivos y como símbolos de distinción.

Por tanto, el consumo cultural es una práctica social configurada por la confluencia de diversos factores. García Canclini (1998) señala que los productos denominados culturales tienen valores de uso y de cambio, pero en ellos, los valores simbólicos prevalecen sobre los utilitarios y mercantiles. Un ejemplo válido para entender mejor esta afirmación es un automóvil, que además de resultar útil para trasportar a las personas puede dar a las mismas cierto status, una cierta proyección en un grupo social. El automóvil entonces tiene un valor simbólico que varía según su poseedor. Esto mismo pasa con muchos otros productos de consumo, que aunque no tenga un valor suntuario tienen un valor simbólico, para quien los adquiere, definidos por las experiencias socioculturales y el contexto donde la persona se desenvuelve.

La construcción de la cultura del consumo es una característica fundamental de la modernidad. A través de los recursos materiales simbólicos, se producen y sustentan las identidades. Estas se construyen y reconstruyen a través de la forma de consumir bienes pero también, con la manera en que se llevan a cabo actividades a través de las cuales se erigen apariencias y se organizan tanto el tiempo de ocio como los encuentros sociales.

Antes estas consideraciones ¿Es necesario tener en cuenta el consumo cultural de los docentes en el momento de definir los perfiles para el cargo? ¿Qué incidencias tendría el capital cultural de los docentes, entendido como valores simbólicos, en el aprendizaje de sus alumnos?




[1] GARCIA CANCLINI, Néstor y M. Paccini “Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivos y usos del espacio urbano”. En el consumo cultural en México. CONACULTA, México; 1998


[2] PEREZ GOMEZ, Angel I. La Cultura escolar en la Sociedad Neoliberal. Ediciones MORATA. 2º Edic. Madrid, 1998.