Es innegable el carácter estratégico del docente en la prestación del
servicio educativo. Por ello su calidad profesional, desempeño laboral, responsabilidad con
los resultados, bagaje cultural etc., son algunas cuestiones claves para lograr
que la educación responda a las demandas de la sociedad actual culturalmente diversa, desde su
creación, constitución, recreación y afirmación de lo propio y, para encaminar
los procesos educativos hacia el logros de los objetivos planteados.
En ese sentido, también la apropiación de la cultura es considerada un
proceso educativo porque se aprende y se
enseña; y viceversa, los procesos educativos son medios para enseñar y recrear
toda cultura. El trabajo pedagógico del docente es uno de los aspectos que pone
un sello particular a la educación, ya que asume de forma única la enseñanza,
lo que deja ver que en el espacio social escolar sus antecedentes internos
quedan manifiestos en su manera singular de actuar con los alumnos. Tales
antecedentes conforman la cultura de los docentes, que Pérez (1998) define
como:
"... el conjunto de creencias, valores, hábitos y normas
dominantes que determinan lo que dicho grupo social
considera valioso en su contexto profesional,
así como los modos políticamente correctos de pensar,
sentir, actuar y relacionarse
entre sí"[1].
De esta forma, el hacer docente se desarrolla siempre en contextos
específicos que suponen un proceso permanente de adecuación y modificación de
su accionar en función de las situaciones particulares de enseñanza
–aprendizaje.
La cultura docente se específica en los métodos didácticos que se
utilizan en la clase, la calidad, el sentido y la orientación de las relaciones
interpersonales, la definición de roles y funciones que se desempeñan al
interior del aula, los modos de gestión, las estructuras de participación y los
procesos de toma de decisiones.
Por otro lado,
desde que el hombre vive en comunidad se ha visto en la necesidad de adquirir e
intercambiar productos, para asegurar una mejor subsistencia. La historia ha demostrado que a partir de esta dinámica nace la cultura, lo que permite
el desarrollo de los pueblos, cada uno con su propia identidad e
idiosincrasia.
De esta manera, se origina el consumo, como se ha designado
desde tiempos inmemoriales a la actividad del ser humano consistente en hacer
suyo (adquirir, tener y usar hasta su destrucción, ya sea física o intelectual)
distintos bienes, materiales e inmateriales.
Según Néstor
García Canclini (1998:33) el consumo es “el
conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los
usos de los productos”[2]. Esta definición trata de incluir en el ámbito peculiar del consumo, no
solo los bienes con mayor autonomía; es decir, las artes que circulan en los
museos, las salas de conciertos y teatros; sino también abarcan aquellos muy
codiciados por sus implicaciones mercantiles o por la dependencia de un sistema
político y religioso, entre otras artesanías y danzas.
Pierre Bourdieu (1990) coincide con García
Canclini y señala que el consumo conlleva símbolos, signos, ideas y valores,
todos ellos son el producto de los condicionamientos de clase y de los habitus,
o sea de las estructuras mentales a través de las cuales se aprehenden el mundo
social y orientan las prácticas. Los diferentes objetos de consumo funcionan
como signos distintivos y como símbolos de distinción.
Por tanto, el consumo cultural es una práctica
social configurada por la confluencia de diversos factores. García Canclini
(1998) señala que los productos denominados culturales tienen valores de uso y
de cambio, pero en ellos, los valores simbólicos prevalecen sobre los
utilitarios y mercantiles. Un ejemplo válido para entender mejor esta
afirmación es un automóvil, que además de resultar útil para trasportar a las
personas puede dar a las mismas cierto status, una cierta proyección en un
grupo social. El automóvil entonces tiene un valor simbólico que varía según su
poseedor. Esto mismo pasa con muchos otros productos de consumo, que aunque no
tenga un valor suntuario tienen un valor simbólico, para quien los adquiere,
definidos por las experiencias socioculturales y el contexto donde la persona
se desenvuelve.
La construcción de la cultura del consumo es una
característica fundamental de la modernidad. A través de los recursos
materiales simbólicos, se producen y sustentan las identidades. Estas se
construyen y reconstruyen a través de la forma de consumir bienes pero también,
con la manera en que se llevan a cabo actividades a través de las cuales se
erigen apariencias y se organizan tanto el tiempo de ocio como los encuentros
sociales.
Antes estas consideraciones ¿Es necesario tener en cuenta el consumo cultural de
los docentes en el momento de definir los perfiles para el cargo? ¿Qué
incidencias tendría el capital cultural de los docentes, entendido como valores
simbólicos, en el aprendizaje de sus alumnos?
[1] GARCIA
CANCLINI, Néstor y M. Paccini “Culturas de la ciudad de México: símbolos
colectivos y usos del espacio urbano”. En el consumo cultural en México.
CONACULTA, México; 1998
[2] PEREZ GOMEZ, Angel I. La Cultura escolar en la Sociedad
Neoliberal. Ediciones MORATA. 2º Edic. Madrid, 1998.